EL EXTRATERRESTRE
por Jorge Claudio Morhain
A noche, cuando llegó el extraterrestre, todos dormían en casa.
No, no era como Alf. Ni como ET. ¡Uy, tampoco como Alien! No era ningún
bicho de la tele ni del cine.
Era un chico muy, pero muy rubio, flaquito y brillante.
Fue justo cuando me asomé a ver por qué aullaba tanto Sereno, que es el perro ovejero, y ahí, en el pastito, cerca del campo de batatas, estaba el plato volador. Bah, digo yo que seria un plato volador, porque más me pareció a mí una lenteja gigante.
Bajé las escaleras en silencio, con las botitas de paño, en camisón, y salí a ver quién era. De paso acaricié a Sereno, que dejó de aullar.
Entonces vi al extraterrestre, que caminaba por el senderito hecho de tanto ir y venir a la quinta.
-Hola -me dijo (hablaba).
-Hola. ¿De dónde venís? -, le pregunté yo, toda emocionada (no todos los días llegan visitas a la chacra y mucho, mucho menos extraterrestres).
-Tengo sed. ¿Tenés agua? -, dijo él.
Caminamos uno junto al otro y fue una cosa rara, porque él a mi lado parecía mi sombra, pero brillante. Como si yo en realidad fuese la sombra de él. Lo lleve hasta la bomba vieja, que da el agua más rica, y bombeé un rato porque el extraterrestre bebió un montón.
-¿Sabes? ¡En ningún lado el agua es tan rica como aquí! -dijo.
-¿Cómo te llamás? -contesté, sabiendo que él no me respondería.
Se sentó en el tronco junto a la bomba, donde todos nos sentábamos, y yo a su lado. Miró las estrellas, con una sonrisa. No sé, yo veía que miraba hacia arriba y al mismo tiempo sentía que me miraba a mí. Alzó una mano hacia el cielo. Y se cayó una estrella (meteoro, dice mi mamá).
Pero esta se cayó hacia nosotros, siempre chiquita, y llegó a la mano, al dedo del extraterrestre. Era como una monedita muy, muy brillante.
Pero no daba luz. Solamente brillaba, sin luz. Qué se yo cómo. Tendrían que verla. El extraterrestre tomó mi mano, y en el medio de mi palma dejó la estrellita. Me quemó, pero sin dolor. Dije "ay" despacito, y alcé la vista. Él se iba. Saludó con la mano. Yo también.
La lenteja voladora subió y subió y de pronto me perdí entre tantas estrellas, que ya no sabía cuál era él.
Cada vez que beso mi mano, me quema los labios. Sin dolor.
Tan, tan dulcemente.
Yo sé que un día él volverá. Y sé que va a encontrarme por la estrellita que se pegó a mi mano. Y que brilla, pero sin luz. Y que quema tan lindo cuando uno la besa.
Mi amigo, el extraterreste.