EL                              AÑO QUE MAMÁ NOEL REPARTIÓ LOS                        REGALOS DE NAVIDAD. 
            Pilar                            Alberdi            
             Podría                            decir de este cuento que así fue, porque así me                            lo contaron, pero... a los hechos me remito. Como sabéis                            en Laponia, donde vive Papá Noel, hace un frío                            terrible, te castañetean los dientes, algunos                            días se te pegan las pestañas, de los                            techos de las casas cuelgan unas incisivas y larguísimas                            estalactitas. En fin..., cabe imaginar que en lugar                            tan maravilloso como inhóspito, las ardillas                            usan guantes; los lobos, lustrosas botas de cuero;                            y los renos, unos graciosos gorros rojos con orlas                            blancas, que acaban en su punta con una gracioso pompón. ¡Pero                            qué os voy a contar que no sepáis! O... ¿no                            sois vosotros de los primeros en salir hacia los mercadillos                            navideños de las plazas de vuestros pueblos                            y ciudades, y allí miráis encantados                            las figuras de Belén, las zambombas, las bolsas                            de confeti, la nieve artificial... hasta que... lo                            inevitable, volvéis al hogar con uno de esos                            maravillosos gorros rojos y blancos sobre vuestras                            cabezas.
              Pues... lo que iba a contaros: a punto estaba de llegar                            a Laponia como a todo el mundo, el día de Navidad y Papá Noel amaneció con                            tos y fiebre.
              -Es gripe -decía, con los ojos llorosos. Y muy preocupado añadía...- ¡Qué va    a ser de mis niñitas y niñitos! ¿Quién repartirá las    ilusiones y esperanzas, tantos regalos como ellos esperan!
              -Yo -gritó una vocecita pequeña y delgada como un airecillo primaveral    que llegaba de la cocina.
              Papá Noel, pensó en un ratoncito. Lo había visto hacía    tiempo protegiéndose del frío del invierno junto a la cocina    de leña.
              -Yo -repitió la vocecita... que acercándose a Papá Noel,    le trajo un gran vaso de leche con miel y un paste-lillo. Yo lo haré.
              Papá Noel escuchó sin decir nada. Y Mamá Noel, repitió:
              -Yo lo haré...
              Bueno, la verdad es que a Papá Noel ese cambio no le agradó mucho; él,    se llevaba los honores; él, recibía las cartas de millones de    niñas y niños; de él, se hablaba en todos los telediarios    y periódicos del mundo...
              -Está bien -refunfuñó-, está bien. Los tiempos    han cambiado. Lo reconozco. He de reconocerlo. Me parece... justo. 
              Entonces Mamá Noel, consolándole, dijo:
              -No te preocupes, Papa. No lo notarán. Llevaré tu traje, me pondré un    almohadón para imitar tu barriga, y... y... hasta una barba postiza. 
              Fuera, el trineo estaba preparado. Sonaban los cascabelillos de los arneses    y los renos se movían ansiosos y expectantes. Nevaba, y de los pinos    caían espontáneos puñados de nieve.
              -No, no es justo -reflexionó Papá Noel-.No puedo permitirlo.    Tú eres tú.
              Entonces Mamá Noel, dijo:
              -Bien, bien... Veo que los dos estábamos preparados para este cambio...
              -¡Atchiss! -contestó Papá Noel.
              Mamá Noel comenzó a vestir su propio traje. No se ajustó barba,    ni tripa..., ni cargó un saco gigante lleno de juguetes sobre su espalda    como para demostrar cuán fuerte era para su edad. Se miró al    espejo... No estaba mal. Era mayor, pero su rostro reflejaba serenidad. Entonces,    mirando a Papá Noel, se despidió:
              -Es hora de marchar.
              -Sí -dijo él.
              -Volveré pronto -susurró ella- dándole un cariñoso    beso en la mejilla.
              -Te estaré esperando.
              Así fue como Mamá Noel, repartió los regalos de Navidad,    pero... ¡siempre hay un pero!, sólo algunas personas, las que    esperaban el maravilloso acontecimiento de ver aparecer algún día    a Mamá Noel, la vieron, y fueron muy dichosos. Llamaron a las agencias    de noticias, y al día siguiente, la noticia que podía oírse    y leerse en los noticiarios y en los periódicos, era: "Mamá Noel,    repartió los juguetes de este año". "Mamá Noel,    hizo las delicias de los niños". "El nuevo siglo nos ha traído    a Mamá Noel".
              Pero Mamá Noel no pensaba sólo en esto, aunque la hacía    muy feliz, sino en cómo estaría Papá Noel recuperándose    de su gripe. 
              Cuando llegó a su casa de Laponia -y no os cuento cuán cansados    estaban los renos y Mamá Noel- se encontró a Papá Noel    cantando y amasando pastelillos en la cocina. 
              -Hola cielo -dijo ella.
              -Hola, mi amor -contestó él.
              Era la primera vez que Papá Noel cocinaba. Además, había    lavado la ropa y ordenado la casa.
              Juntos leyeron las noticias de los periódicos, y de todas ellas, la    que más les gustó, fue una que decía: "El año    que viene, las niñas y niños del mundo, podrán escribir    -indistintamente- a Mamá y a Papá Noel". 
              ¡Lo habían conseguido entre todos! Los cambios en las personas y  en las vidas, son así... Primero un deseo, un sueño, una posibilidad;  luego, una realidad, y cuando esto sucede... ¡Qué maravilloso el  aire de fraternidad que respiran las personas, y qué maravillosa la luz  que parece irradiar en el mundo!
              ¡Claro que este cuento, aún no ha terminado! Falta que las niñas  y niños del mundo se sumen... y el año que viene se reciban en  Laponia, miles de cartas para Mamá y Papá Noel.
            
              
              